Por: Manuela Jaramillo Montoya
Docente
“Las matemáticas son como un rompecabezas, cada problema es una pieza que te acerca a entender el gran cuadro” Anónimo.
Lamentablemente, el gran cuadro que forma cada pieza, no es del todo comprensible. De hecho, el imaginario colectivo de la mayoría de adultos y jóvenes apunta a un trauma generalizado: el terror de las matemáticas. ¿A qué se debe?…
Esta pregunta se remonta a las estrategias trabajadas por los docentes de primera infancia de hace varias décadas que, principalmente, se enfocaban en la memorización, la escritura y la repetición.
Si bien enfoques modernos como el de Montessori o Piaget comenzaba a influenciar la praxis docente, fue a principios de los años 80 que métodos pedagógicos como la construcción del propio conocimiento y el aprendizaje basado en la exploración comenzó a tomar auge en las aulas de preescolar.
Y es que el rol como maestro y guía dentro del aula también estaba en transición, pues la idea de la famosa “tabula rasa” proclamada en su momento por Locke, proponía que solo a través de la experiencia, el ser humano podía adquirir conocimiento.
Lo que, por supuesto, fue contrapuesto por el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, quien aseguró que las influencias genéticas y las herencias innatas están escritas desde el día uno en la mente del ser humano.
Así que, sin duda, era innegable la necesidad de cambio bilateral dentro de la educación inicial, pues cada estudiante del aula tiene un bagaje de conocimientos y experiencias previas esperando ser significativas.
El “paradigma del terror”
Dicho esto, es imperativo el rompimiento de una vez y para siempre del paradigma del terror, pues existen herramientas que pueden favorecer el aprendizaje y aprestamiento matemático desde temprana edad, en la que los niños y niñas vivencien la matemática como una experiencia enriquecedora, interesante y desafiante, que rete sus habilidades y potencie sus capacidades a un grado exponencial; ya no repitiendo números al azar y golpeando en caso de desconocimiento, sino utilizando la corporalidad, material concreto y creatividad para centrar la atención en elementos naturales, cercanos y cotidianos que sirvan de apoyo didáctico para descubrir su encanto.
Como bien dijo el neurólogo y psiquiatra austríaco Viktor Frankl en su libro El hombre en busca de sentido “Cuando no somos capaces de cambiar una situación, tenemos el reto de cambiarnos a nosotros mismos”, es el momento de repensarse, reprogramarse y meditar en preguntas como: ¿si yo fuera ese estudiante, me gustaría estar en esa clase?, o ¿qué tipo de capacidades estoy impulsando a través de esta actividad?…
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En efecto, actividades como la observación de obras artísticas en estilo geométrico, exploración y agrupación de elementos de la naturaleza con diferentes características, utilización de deducciones, acertijos y adivinanzas para promover la solución de problemas desde situaciones frecuentes, creación de conjuntos libre y dirigida con material concreto y de acuerdo a su contexto, construcción de números con distintos materiales, carreras de obstáculos con retos de escritura y organización de secuencia con tiempo récord y puestas en escena de los conocimientos adquiridos a través de Olimpiadas infantiles, son algunas de las propuestas que se realizan en el aula preescolar para intentar sembrar la curiosidad y el gusto por el saber matemático, la lógica, intuición y comprensión del lenguaje simbólico.
La magia de las matemáticas
En definitiva, solo en el salón de clases ocurre la magia del aprendizaje y se cautivan los corazones merecedores de conocimiento, quienes serán los indicados de unir pieza a pieza el gran rompecabezas.
Cada número, juego, forma, secuencia, será un paso más para el disfrute de cada episodio de la aventura del colegio que, guiados por su curiosidad innata, logren construir el fundamento de lo que será el idioma matemático que les abra las puertas al infinito.